La violencia en los escenarios deportivos del país, como el que se produjo este fin de semana en el estadio Monumental Banco Pichincha, no solo debe ser enfrentada y neutralizada con todo el peso de la ley, sino que merece un tratamiento preventivo del más amplio alcance social, con la intervención concertada de los sectores e instituciones involucradas.
El tema de las denominadas “barras bravas”, que no es un problema nuestro y por el contrario le ha dado la vuelta al mundo en países que lo han sabido aplacar, como Inglaterra e Italia, suele dar pie a todo tipo de consideraciones sociológicas. No sin razón señalan, quienes con rigor adelantan investigaciones sobre la naturaleza de las barras bravas, la presencia de elementos de marginalidad, baja educación y pobreza, que pueden llevar a conductas violentas de parte de quienes únicamente asumen un sentido de pertenencia en el momento en el que acuden al estadio. Protestar, y no de manera pacífica, parecería ser una forma de hacerse oír.
Los grupos de seguidores que acompañan los equipos de fútbol han sido denominados de diversas maneras según el país en el que se han originado; “hooligans” en Inglaterra; en Italia, “tifosi”; en España, “ultras”; en Brasil se conocen como “torcidas”; y “barras bravas” en Argentina, Colombia, Ecuador y en general en América Latina.
Para los británicos el término “hooligan” se empezó a asociar con vandalismo, daño criminal, incitación a peleas y personas que ocasionaban disturbios. En relación con el fútbol, se vincularon los “hooligans” con fanáticos que generaban desórdenes en los espectáculos deportivos, y quizá un mal ejemplo que muchos fanáticos de diferentes equipos quisieron «imitar» en nuestro país.
En 1950 el fútbol se constituyó en el «Rey de los Deportes», una práctica deportiva que sirvió para la unidad, la interrelacion con otros pueblos y culturas, pero desde que el «fanatismo» se fue tomando las gradas, la conformación de «Barras Bravas», la disputa de poderes y por demostrar cual es la que causa «Más Terror» en el país, el espectáculo y juego perdió brillo.
Que un hincha haya agredido a otro del mismo equipo, aquel que se considera «Hermano de gradas» prueba la presencia de un factor de descomposición social, ético y cultural, cuando lo que se espera que entre ellos sean fraternos y unidos. Resulta insólito y totalmente repudiable lo sucedido.
Este hecho debe ser investigado a fondo y sus culpables ser castigados con todo el rigor de la ley. No cabe que a pretexto de ser hinchas y barras de un equipo se den actos de terror, agresión y criminalidad en los estadios. Los asistentes van por el espectáculo que sus equipos puedan brindar y no a buscar ser heridos o asesinados por vándalos.
Hace falta una acción de mucha mayor envergadura que comprometa a las instituciones de estado e instituciones deportivas, que tienen responsabilidad directa de la seguridad interna de los mencionados escenarios. El Estado y la Policía Nacional tienen un papel fundamental para garantizar la seguridad cuidadana durante el desarrollo de las competencias deportivas, pero esa misma responsabilidad también atañe directamente a los organizadores. Y más allá de las sanciones penales y del reforzamiento de los sistemas de seguridad, también se hace necesaria una cruzada nacional para impulsar una cultura de tolerancia y convivencia pacífica en nuestros jóvenes, empezando por el hogar y los centros educativos.
Se nos dice que la violencia durante los partidos de fútbol es un reflejo de la sociedad. Nada más cierto y difícilmente controvertible.